LO QUE HACEMOS LO HACEMOS BIEN
Las
cosas que uno hace ha de hacerlas bien. O por lo menos procurarlo. Claro que
sí. Desde pequeños nos enseñan a leer, a escribir, a sumar, a restar…, vamos,
lo básico para ir tirando en la vida, y se da por supuesto que todos lo
aprendemos al dedillo. Sin embargo, al ir creciendo, nos dejamos por el camino
aquello que nos ocupa un espacio demasiado grande en nuestro delicado cerebro,
bien porque no nos interesa, o porque no lo usamos todo lo que debiéramos para
conservarlo en nuestra frágil memoria. (También se puede dar el caso de quien
nunca lo llegó a aprender del todo…) Y
si no, ¿por qué a algunos les cuesta tanto multiplicar por 9, o dividir por dos
cifras, o recordar las funciones vitales de los seres vivos, o saber si la “a”
lleva “h”, o si se acentúa baúl?... (Reconozco humildemente haber olvidado
alguna de estas cosas, pero no diré cuál…)
Hasta
hace algún tiempo, y por razones obvias e inherentes a mi persona y a mi
profesión, yo era de las que creían que todo el mundo tenía la obligación de
saber escribir correctamente, sin faltas de ortografía ni de gramática, y de
hecho ponía el grito en el cielo si me encontraba a alguien que tuviera alguna
duda de este tipo. No podía creer que no hubiera aprendido todas estas normas
en el colegio, era algo completamente básico, como respirar, dormir o comer… ¡Fíjate lo que te digo! Pues sí, eso pensaba,
hasta que me di cuenta de que si todo bicho viviente, o escribiente, lo hiciera
tan bien como yo creía, o suponía, que había que hacerlo, mi trabajo, y, por
ende, mi salario, se esfumarían de la faz de la tierra.
Pero
resulta que un día el Gobierno redacta una petición de rescate para nuestro
país, y cuando ese informe sale a la luz puedo ver que está tan mal escrito,
tanto en el fondo como en la forma, que no se sabe si lo ha hecho el ministro
mientras tomaba un café con tres colegas (del ministerio) o su hijo después de
una noche de copas (con otros tres colegas).
Sí.
Hay que preocuparse: nuestros políticos no se acuerdan de lo que aprendieron en
el cole (y probablemente de lo de la universidad tampoco). Tenemos que
preocuparnos porque demuestran que no recuerdan lo básico, y porque, en caso de
asumir ese pequeño desliz, ¡no se les ocurrió que podía existir alguien que se
dedicara a corregir textos de manera profesional e infalible que evitara el ridículo más
clamoroso!
Así
que, exceptuando a los ministros y a los de su especie, absuelvo al resto de
seres humanos (de habla hispana) que no recuerdan bien las normas de
ortografía, que dudan sobre el complemento directo, sobre la tilde diacrítica,
el punto y coma… Sin ellos, mi vida no tendría sentido.