jueves, 15 de noviembre de 2012

Ya está en las librerías "Un corazón desconocido"

Es la última novela de Charlotte Valandrey, editada por ediciones MR, en cuya corrección he tenido el placer de colaborar. Y digo placer porque eso ha sido para mí. He disfrutado tanto con el contenido como con la forma. Una historia que te engancha, te emociona y, muchas veces, te divierte. Una traducción ágil, cuidada y precisa de Fabián Chueca. Merece la pena.
Un corazon desconocido
http://planetadelibros.com/l-69567

jueves, 1 de noviembre de 2012

Lo que hacemos lo hacemos bien


LO QUE HACEMOS LO HACEMOS BIEN

www.correctores.org

Las cosas que uno hace ha de hacerlas bien. O por lo menos procurarlo. Claro que sí. Desde pequeños nos enseñan a leer, a escribir, a sumar, a restar…, vamos, lo básico para ir tirando en la vida, y se da por supuesto que todos lo aprendemos al dedillo. Sin embargo, al ir creciendo, nos dejamos por el camino aquello que nos ocupa un espacio demasiado grande en nuestro delicado cerebro, bien porque no nos interesa, o porque no lo usamos todo lo que debiéramos para conservarlo en nuestra frágil memoria. (También se puede dar el caso de quien nunca lo llegó a aprender del todo…)  Y si no, ¿por qué a algunos les cuesta tanto multiplicar por 9, o dividir por dos cifras, o recordar las funciones vitales de los seres vivos, o saber si la “a” lleva “h”, o si se acentúa baúl?... (Reconozco humildemente haber olvidado alguna de estas cosas, pero no diré cuál…)

Hasta hace algún tiempo, y por razones obvias e inherentes a mi persona y a mi profesión, yo era de las que creían que todo el mundo tenía la obligación de saber escribir correctamente, sin faltas de ortografía ni de gramática, y de hecho ponía el grito en el cielo si me encontraba a alguien que tuviera alguna duda de este tipo. No podía creer que no hubiera aprendido todas estas normas en el colegio, era algo completamente básico, como respirar, dormir  o comer… ¡Fíjate lo que te digo! Pues sí, eso pensaba, hasta que me di cuenta de que si todo bicho viviente, o escribiente, lo hiciera tan bien como yo creía, o suponía, que había que hacerlo, mi trabajo, y, por ende, mi salario, se esfumarían de la faz de la tierra.
Pero resulta que un día el Gobierno redacta una petición de rescate para nuestro país, y cuando ese informe sale a la luz puedo ver que está tan mal escrito, tanto en el fondo como en la forma, que no se sabe si lo ha hecho el ministro mientras tomaba un café con tres colegas (del ministerio) o su hijo después de una noche de copas (con otros tres colegas).
Sí. Hay que preocuparse: nuestros políticos no se acuerdan de lo que aprendieron en el cole (y probablemente de lo de la universidad tampoco). Tenemos que preocuparnos porque demuestran que no recuerdan lo básico, y porque, en caso de asumir ese pequeño desliz, ¡no se les ocurrió que podía existir alguien que se dedicara a corregir textos de manera profesional  e infalible que evitara el ridículo más clamoroso!

Así que, exceptuando a los ministros y a los de su especie, absuelvo al resto de seres humanos (de habla hispana) que no recuerdan bien las normas de ortografía, que dudan sobre el complemento directo, sobre la tilde diacrítica, el punto y coma… Sin ellos, mi vida no tendría sentido.